¿Mujer, dónde están tus acusadores?
Vivimos en la era de la informatización, un tiempo en el que cada generación se enfrenta a nuevos desafíos, cuestionamientos y, sobre todo, a una búsqueda interior por encontrar la mejor manera de vivir: qué decisiones tomar, cómo actuar y, en definitiva, cómo vivir bien. Nos enfrentamos a preguntas que parecen no tener respuestas. La buena noticia es que, sin importar la época que atravesemos, Dios ha preservado su Palabra, la Sagrada Biblia, como guía segura para nuestras vidas.
En este tiempo, el gran desafío es aprender a recibir un torrente constante de información, asimilarla y convivir con ella. Cada vez que abrimos nuestras redes sociales, tenemos noticias del otro lado del mundo, nos exponemos a múltiples ideas y quedamos inmersos en un océano de datos que influyen en nuestra mente y en nuestro corazón.
La Biblia declara en 2 Corintios 3:18:
“Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.”
Lo que contemplamos, inevitablemente nos transforma.
Si contemplamos la gloria del Señor, somos transformados a su imagen.
Si consumimos constantemente noticias trágicas, nos volvemos personas tristes y sin esperanza.
Si absorbemos ideologías humanas, terminamos creyendo que eso es lo correcto.
¡Cuidado!
En los días en que Jesús caminó en carne sobre la tierra, una mujer fue sorprendida en adulterio. Según la cultura, la tradición, la ley y las costumbres de ese tiempo, debía ser apedreada. La multitud ya había dictado su sentencia: la muerte.
Así también nosotros, muchas veces emitimos juicios basados en lo que sentimos en el momento, en lo que hemos aprendido de la cultura o en lo que escuchamos de otros. Sin darnos cuenta, repetimos patrones de opinión y condena que no siempre reflejan la justicia de Dios. Pero la Biblia nos recuerda que el único juicio verdadero y justo es el que proviene de su Palabra. Cuando aprendemos a mirar a través de ella, dejamos de juzgar según apariencias y comenzamos a ver con misericordia y verdad, tal como lo hizo Jesús.
Jesús no necesitó contradecir la ley ni justificar el pecado. Con una sola declaración desarmó a los acusadores:
“El que de vosotros esté sin pecado, sea el primero en arrojar la piedra contra ella.”
Uno a uno, los acusadores se fueron. Nadie quedó. La Palabra de Jesús reveló la verdad: todos necesitaban misericordia, no solo aquella mujer.
Hoy Dios sigue llamándonos. Nos invita a dejar de escuchar ideologías equivocadas y a fijar nuestros ojos en Jesús. A volver de todo corazón a la Palabra de Dios. A cambiar horas en internet por momentos en el lugar secreto de oración. A vivir según el patrón de Dios, y no según el ruido del mundo.
Un abrazo,
Priscila Leal